domingo, 27 de octubre de 2013

SÍNDROME DE LOS VEINTIMUCHOS CASI TREINTA















Ayer estuve tomando un Brokmans en buena compañía, con 2 personas de esas que ya comenté en una de las entradas de mi blog, de esas que a pesar de que han entrado en tu vida relativamente hace poco, quieres que permanezcan en tu historia, de esas que cierras los ojos y deseas profundamente que se queden. 

Salía de guardia, una guardia agotadora que como dice Alberto (gran persona, compañero y amigo que quiero se quede en mi historia) será que me hago mayor, será que el sofá de la urgencia a las cuatro de la mañana me resulta casi tan cómodo como mi cama y la tensión de estar de guardia no interfiere para nada con mis ganas de dormir... 

Comida familiar y siesta, una siesta larguísima... pero lo cierto es que lo necesitaba.

Habíamos quedado a las ocho y media, y yo como siempre iba a llegar tarde (No me lo tengáis en cuenta... espero cambiar algún día en ese tema..) Y sí, llegué tarde pero encantada de que estuvieseis allí con esa sonrisa que tenéis.

La cena fue estupenda, llevábamos bastante tiempo sin quedar y os echaba de menos. Porque sí, dicen que la amistad hay que regarla, y cuanta razón. Lo que pasa es que los amigos de verdad son esos que aunque a veces te olvides de regarlos, el día que lo haces beben esa agua como si no hubiese un mañana y están contigo como siempre, como si nada hubiese cambiado. (Me doy cuenta de que ahora toca regar a unos cuantos que han estado a mi lado en mis peores momentos... Chicos, preparaos para un buen "riego" no dentro de mucho)

Y momento Gin tonic. Muchas risas y muchas cosas de las que hablar. Faltábais unas cuantas en la reunión, pero habrá más. Dijimos de hacerla semanal, tenemos que seguir intentándolo chicas, que de verdad que es una de las mejores terapias de la vida.


Entre copa y copa y alguna que otra historia recapacité sobre todo lo vivido hasta ahora. Ya no tenemos dieciséis años, los días y las horas se nos escurren entre los dedos, y sí, como dice Alberto; nos hacemos "mayores"...

Crisis de los veintitantos, crisis del primer cuarto de vida... varios nombres para un mismo síndrome cuya cura aún no se ha descubierto...


Te das cuenta de que tus amigos los puedes contar con los dedos de las dos manos (si te descuidas quizás de una sola mano). Personas que pensabas que se quedarían en tu historia se han ido, pero no hay mal que por bien no venga, porque las que de verdad tenían que quedarse siguen estando y las que se han ido han hecho sitio a otras nuevas que has conocido hace poco pero que han pasado tantas horas contigo, tantos momentos buenos y malos y te han ayudado cuando más lo has necesitado; que se han convertido en personas clave que quieres que se queden en tu historia. 

Por fin entiendes que la amistad (como la mayoría de las cosas de la vida) no es una cuestión de tiempo sino de calidad. Descubres que algunos de los que tú pensabas que eran tus amigos de siempre no lo son y comprendes que debes prestar más atención a nuevas personas que se han incorporado hace poco a tu mundo.

Ríes con más ganas, te repites una y otra vez que tienes que disfrutar cada segundo de tu vida porque el día menos pensado puede suceder algo que le de un giro de 180º a tu vida. Y esas cosas que te cambian el rumbo son las que suceden una tarde de martes cualquiera, a una hora cualquiera, en tu lugar de siempre.

Lloras sin lágrimas de cocodrilo, pero con más dolor. Perdonas pero no olvidas (aunque querrías olvidar, pero no sabes cómo...), descubres que por mucho que la gente te diga que el tiempo lo cura todo no es así, sino que alarga la agonía y de vez en cuando te recuerda aquello que te marcó para siempre como si hubiese sucedido ayer.

Te das cuenta de que los tiempos no existen y que tarde o temprano tienes que tomar una decisión. 
No te critiques demasiado a ti mismo por las decisiones que tomes, pero tampoco te enorgullezcas excesivamente. Todos optamos por un camino u otro, como el resto del mundo.

Has aprendido a valorar los detalles que marcan la diferencia, que diferencian a ciertas personas de la multitud y que hacen que ciertos lugares y momentos sean únicos e inolvidables.


Descubres que la confianza se siembra, se cultiva y se recoge; que no todo el mundo te la da ni todo el mundo se la merece. Hay que saber mantenerla. Es para alguien especial, no para todos. No se regala, y cuando se pierde es muy muy complicado recuperarla. 

Te rompieron el corazón en mil pedazos y por mucho que intentes comprenderlo no entiendes por qué alguien que significaba tanto pudo hacerte tanto daño. No das con la fórmula que lo explica por mucho que consultes noche tras noche con la almohada.

Los ligues y las citas de una noche ni si quiera te parecen divertidos. Los ves absurdos y vacíos. 

Cada vez resulta más complicado conocer a personas lo suficientemente interesantes como para querer conocerlas y que pasen a formar parte de tu historia, de una manera u otra.

Salir todos los fines de semana resulta agotador. Hacer botellón no está en tus planes. Donde esté un buen Gin Tonic en vaso de balón con hielo y azúcar de colores en el reborde, que se quite lo demás. Y si la compañía es tan buena como la de ayer, diez euros y medio pueden incluso parecerte baratos.

Sigues buscándote a ti mismo, porque la verdad es que llevas una temporada en la que te sientes perdido, sin saber lo que quieres y lo que no. Tu mejor amiga se casa y tú sin embargo sigues intentando saber quién eres.

Tus opiniones son más fuertes y más sólidas porque están mucho más meditadas.

Te has vuelto más observador y de repente te encuentras criticando y juzgando a personas y las cosas que hacen, cuando antes ni te lo habrías planteado; porque en tu vida ya han pasado suficientes cosas como para que tengas una escala de valores más o menos consistente. A fin de cuentas, ya has vivido un cuarto de tu vida, señorit@...

A veces te sientes con ganas de comerte el mundo de un sólo bocado, otras te sientes más perdido que nunca sin saber hacia dónde ir y tratas de aferrarte al pasado, que es lo que conoces, y tienes miedo de mirar al futuro y salir de tu zona de confort. Sin embargo cierras los ojos y haces un esfuerzo por vivir el presente que nuevamente será lo que te acompañe en el futuro... El problema es que sabes que es un presente incierto y lleno de dudas, pero también sabes que tienes que saltar fuera de tu zona de confort porque es allí donde suceden las cosas mágicas.

Algunos miembros de tu familia te ven con otros ojos. Has pasado por circunstancias que te han hecho enfrentarte a ellos aún sabiendo que si el resultado era malo te lo reprocharían toda la vida. Sin embargo a día de hoy te das cuenta de que ha merecido la pena, esas personas que se pusieron en medio ahora resulta que, aunque con cierto recelo, te admiran. Y sí, qué coño, gracias a ti alguien sigue sonriendo y saliendo a tomarse un café todas las mañanas. 

En tu trabajo y en tu día a día en general, harás cosas buenas y malas, pero has aprendido de sobra que sin arriesgar no se gana y que hay que intentarlo, que a eso te dedicas. Has aprendido a vivir con la incertidumbre y a veces hay que jugársela aunque no tengas un as debajo de la manga.

27 años. Ya no eres un estudiante de Medicina, eres médico y tratas con vidas de personas. No siempre curas, a veces haces que lo que les queda de tiempo sea más agradable, más llevadero... Ese libro, de tapas amarillas, sé que le hará ilusión. 



Esa es tu profesión y también has aprendido que la gente que no está en ese mundo de horas sin dormir, de horas con compañeros que después de tres años se han convertido en mucho más que compañeros, de risas y lloros y de disgustos que te llevas a tu casa; no lo entienden ni lo entenderán por mucho que trates de explicárselo. No sigas intentándolo, ya te has dado cuenta que no merece la pena insistir! No entenderán que para ti no es sólo un trabajo, que es una forma de vida, y que si la chica de 45 años de la habitación 914 se ahoga a las tres de la tarde te vas a quedar hasta las seis si hace falta aunque esas horas no te las paguen... Eso es imposible que lo entiendan, así que por favor, no sigas intentándolo. 

Los veintitantos... Un momento de tránsito que parece inestable, inseguro; un mar de dudas. Y al mismo tiempo te has acostumbrado a oír que será la mejor época de nuestras vidas, el comienzo de lo que va a ser nuestra historia, la base y los cimientos de todo lo que viene después. Así que sé exigente, no te conformes con cualquier cosa.

A todos nos gustaría volver a los quince o dieciséis años alguna vez, sin embargo sabes que algunas de las personas más importantes de tu vida las has conocido con veintitantos...

Es un momento de cambio, de cosas nuevas por conocer y de arriesgar. A veces nos empeñamos en construir muros a modo de burbuja protectora aún sabiendo que las vistas al otro lado son maravillosas.



Tengo 27 años, sé que muchos de vosotros os sentiréis identificados con parte de las cosas que he escrito (y algunos treinta-añeros también, que no hay tanta diferencia) y estoy empezando a entender de qué va esto llamado vida.

A vosotros (que ya sabéis quiénes sois) gracias por formar parte de mi historia y por contribuir a que los veintitantos estén siendo una época para no olvidar.