Cuándo eres médico aprendes a leer a través de la mirada de las personas, de sus gestos y de su juguetear con el pelo.
Aprendes a saber qué necesitan en cada momento. Diferencias aquellas personas que se agarrarían a un clavo ardiendo por ver amanecer un día más de aquellas que se han dado por vencidas en la lucha por la vida.
Diferencias entre la mirada apagada de la que brilla incandescentemente, entre el tono apagado y cansado de voz de aquel que grita desde lo más profundo de su ser.
Y basándome en la historia de "El cajón de Gatsby"... De repente dejas de ir con bata y fonendoscopio para vestirte en un traje de buzo capaz de sumergirse hasta lo más profundo de las personas. Sin a penas darte cuenta te has encontrado con la llave maestra que abre la puerta de los rincones más oscuros de sus vidas que jamás han visto la luz del sol y en los que yacen las heridas más enrevesadas con sabor a sal, aquellas que se supone que tienes que coser cuidadosamente para que sus ojos vuelvan a recuperar la vitalidad con la que un día salieron a comerse el mundo.
No te engañes, en el fondo sabes que te gusta, por eso estás ahí, exactamente en el sitio donde siempre has querido estar. Aunque sí, la responsabilidad que conlleva a veces te da miedo.
Tu eres su médico, llevas tu propia bombona de oxígeno y tienes la llave maestra. Pero descubres que no eres el único que tiene la capacidad de bajar hasta ahí abajo... Esas personas han dado bombonas de oxígeno a unas pocas elegidas, para que buceen por su lado más secreto.
La confianza no es sino esa bombona de oxígeno. Hay quien se ahoga por bajar demasiado deprisa y otros gastan todas sus energías en señalar los desperfectos que van de proa a popa del barco. Errores hemos cometido todos, y algunos quedan marcados para siempre.
No hay pinturas lo suficientemente fuertes como para cubrir esos desperfectos y cada barco honra a su nombre.
Hay barcos veleros, pescadores y barcos piratas incapaces de atracar dos veces en el mismo puerto.
Para entender la verdadera esencia del mar no vale con mojarte los pies en la orilla, tienes que ir más allá de la bolla amarilla; allí donde flotan tablas esperando que alguien las agarre y se lanzan bengalas que no buscan sino ser rescatadas por alguien que sea capaz de luchar por ellas contra viento y marea.
Y por un instante, te dejas envolver en el silencio de alta mar y descubres que los cantos de sirena no se pueden bailar y que los lobos de mar sólo aúllan por la luna. Que algunas personas a veces son tabla, a veces bengalas pero siempre barcos pirata...
Y así es como unas veces con la llave maestra y otras veces con bombonas prestadas, aprendes a servir cafés con sabor a mar, con un par de miradas cómplices de más y media docena de prejuicios de menos; pues no hay mejor medicina que aquella que es capaz de entender a las personas sin juzgar ni pedir más de lo que nos pueden dar.
Aprendes que los olmos están hartos de que se les pidan peras, que las novelas son preciosas pero a veces la brevedad de un poema llega a calar más que la mejor de las trilogías y que para encontrar el norte hay que perderse de vez en cuando hacia el sur.




